La Puerta

Julián se despertó sin dientes. No le importó, en realidad poco tenía ya importancia y total, ya solo le quedaban esos dos. Se sacudió la sucia manta y se incorporó bajo las ramas del arbusto sintiendo el quejido de sus viejas articulaciones.
Entre la polvareda distinguió la multitud aglomerándose ya frente a la gran puerta del templo. Ya ni eso le importaba, Habían pasado cuatro días desde que él se incorporase también como uno más a la marabunta de candidatos. La tradición decía que cada ocho años y en la primera fase de luna llena del octavo mes la puerta dejaría pasar al candidato. Solo uno.
Lo que ocurría después allí dentro no se sabía a ciencia cierta, todo formaba parte de una leyenda alimentada por mil cuentistas. Y así, cada ciclo pasado, cientos de almas se agolpaban, se empujaban, cantaban, rezaban, ritos extraños, estúpidos incluso, se sucedían. Todo pensando en que esos actos serían lo que decantaría la elección de la Puerta.
Julián acabó el agua que le quedaba junto al último trozo de masa de harina. Cansado, harto, se alejó de la fachada del Templo y de la gente. Necesitaba soledad, sobre todo silencio, un lugar dónde reflexionar. Sabía que venir aquí era el último paso, el acto final. Ya no había nada más. No tenía nada, no era nada. Solo traía una cosa, una duda. El decidir si el impulso que le había traído hasta ese lugar era el desenlace adecuado o solo el error final, el definitivo.
Tomó un estrecho  y arenoso sendero a lo largo de un muro de piedras enormes pero perfectamente trabajadas y encajadas. Se notaba que ese edificio, sencillo pero imponente tenía una gran antigüedad. Sus viejas piernas le pidieron un apoyo. Al lado del sendero había una roca, se sentó y levantando su manta se la colocó sobre la cabeza para protegerse de un sol que ya comenzaba a trabajar.
Suspiró y quiso recordar, pero se dio cuenta de que no podía, se había vaciado hasta de eso, tanto de los buenos como de los malos. Con una rama escribió en la arena unas lineas, el único poema que por más que lo intentó no pudo borrar de su mente. Y Julián escribió en el suelo con la voz de quien fue su mujer.
Al terminar cerró los ojos, aspirando fuerte y alzando la cabeza. Cuando volvió a tener visión se encontró con que en el muro una puerta estaba abierta. Era baja, estrecha, de aspecto simplón y del mismo color que la piedra del muro.
Le extrañó pero no se movió, solo se quedó observando. En un acto reflejo borró su texto con su desgastada sandalia.
De la penumbra de la entrada surgió un hombre, no era alto, bastante delgado, sin cabello en su cráneo; su aspecto parecía el de un monje. Le miraba como esperándole y como Julián no se movía, dio un par de pasos hacia el sendero.
—Por favor, quizás quieras entrar.
Julián no miró a los lados, sabía que allí no había nadie más. Su duda apareció de nuevo. Una duda para la que se había preparado en ese largo viaje. Se levantó apoyándose en la piedra.
—Quiero entrar, quizás tú puedas decirme si debo.
El hombre, sin más, se apartó levemente y alargando su brazo le señaló la puerta.
Julián recorrió la distancia que le separaba del umbral y sin ni siquiera mirar al hombre, entró.
Tras dar unos pasos en la oscuridad y acostumbrar su visión oyó cerrarse la puerta mientras se supo dentro de una pequeña sala abovedada de techo bajo. El hombre le rebasó y abrió otra puerta. Al fondo había un pasillo que daba a un patio con árboles.
—Pasa, por favor -dijo el hombre-monje. Se bienvenido, Candidato.
Nuestro protagonista tembló. Al no tener ya dientes solo pudo preguntar con la mirada, con esa temerosa inquisición que les queda ya a las miradas viejas, conocedoras pero cansadas. Sus ojos decían:
—¿Candidato? ¿Pero, cómo sabes que yo soy el Candidato? ¿Qué te hace pensar que puedo o quiero serlo?

El hombre-monje avanzó hacia el pasillo mientras una leve corriente trajo el olor de algún frutal.
—Los hombres suelen escoger la forma o el tamaño de una puerta adecuándola a sus deseos o ambiciones. Este lugar elije qué puerta abrir cuando al otro lado se encuentra la persona que más necesita llegar aquí.
—De todos modos, he sabido enseguida que la puerta ha elegido bien. Alguna vez que la gran Puerta se ha abierto, la persona que entraba casi siempre se volvía para disfrutar del rostro de los que se sentían fracasados o para observar un mundo que quizás añorarían. Tú, en cambio, al entrar ni siquiera has mirado atrás.
Julián avanzó y aunque agotado se sintió algo más liviano, pues es bien sabido que una vez te deshaces de la carga de una duda, tu destino se te aparece con más claridad.

                                                               bidari (año I del Gran Confinamiento – 17/03/2020 época preCOVID19)

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